Adecuación empírica de una realidad.

Siento en mis pezones sus razones,
cuando reverberan, traviesos, como almendras
saboreadas sutilmente en una aguda boca.
Destruye mis incertidumbres opíparas,
envolviéndome como serpiente veraz
con ímpetu implícita, hasta que me entrega
al camino del dogmatismo de mi obscenidad.

Siento en mi fuero interno sus pesares,
que locamente y desesperados desean
culminar la xilografía inconclusa de dos crónicas.
Nequáquam sus divinos pensamientos
lo entrecruzan puerilmente a mi camino,
sino al contrario, porque ante él me rindo.
La metrópolis quiere figurar en encanto y destino.

La fuerza centrífuga comienza el juego
a ultranza. Ella sabe de lo que se habla,
y su equino vespertino la amolda
en un río de alucinaciones, cuando ella absorta
escucha los latidos de su corazón acelerado
y observa a su mente bastante inquieta,
mientras sus trémulas piernas brillan
al saborear su vino añejo más delicioso, más amargo.

Siento en mis emociones sus razones,
porque todos los días hace de mis horas
un escenario tenue, ajeno a mi esencia hardcore.
Me reta, me aprehende sinuosamente;
y con sus sentidos idílicos bastante firmes,
viene y me arremete como bestia legendaria
que, sin escrúpulos ni penas, merodea mi jardín.

Y yo ciegamente me entrego, rindiéndome a sus caprichos
como mujer fiera y bufón del baúl de las condenas
pero con la verdad de una Beauvoir cualquiera,
porque realmente me tiene trastornada
del entusiasmo vivido y revivido en un dirigible,
en un simple globo aeroestático con propulsión;
de las líneas inmortales de una única emoción
ésta vez pura, atemporal y honesta
que me está carcomiendo la fétida razón.

Me gusta, me gustas.

Siniestra Nostram.