MÍSTICA DE UN YO.

Vine al mundo sin barreras,
con prisas por andar sobre el mar.
La fatuidad no nació esta vez,
porque poseo un corazón
y un vientre intenso de dulce mujer.
(Es suficiente, tengo que quererme).

A menudo me parece oír la voz
que con silencios espero
porque susurrará en mi oreja.
De día y noche,
una y otra vez, da igual;
porque en el tiempo antiguo valió más el amor
que saltar segundos sin recopilar honor.

Y sé, a ratos estoy en mi memoria,
-donde la virtud es un poco vana-,
y el sitio recauda los tintes de otoño
que me convierten en esclava sin nombre;
y respiran mis pulmones el nitrógeno,
que me eleva como heroína de frágil cuello
y me quiebra en el intento de huir de mí.

Y me cuesta, pero igual busco crecer
con aquéllos desapegos de hoy,
que reviven como condenadas olas rozando mi proa,
o hendiduras amenazando mi popa;
que me colapsan
y me entierran en mi anterior esfera.

Hoy comprendí cuánto daño me he hecho
al verme sufrir por tormento ajeno,
por haber sentido la culpa y el arrepentimiento,
por hechos que yo no perpetué.
Por eso, hoy me alejo de algo que sincera y
puramente amé.

¿Cuánto más esperaré para ver mi cielo estrellado?
Si el abismo del océano posee valor propio,
y yo lo noto desamparado... Ausente de mí.
Magestuoso sea pues, mi antepasado, porque yo,
sin saber dónde estaba mi elíseo campo
y adónde iba solitaria mi estrella... Supe retenerla.
Y ahora se mantiene activa,
y yo... Yo estoy tratando de fundirme con ella.

Y tuve malos y patéticos momentos,
fui muy dura conmigo,
herí mi propio progreso;
pero hasta hoy,
porque continuaré el camino
y seguiré creciendo.

Siniestra Nostram.